Abadía del Crimen Extensum. Vademecum

El laberinto de JuanPrimer día

Tercia

Donde Guillermo y su discípulo Adso llegan a la Abadía. Reciben la bienvenida de Remigio, el cillerero, quien les orienta en sus primeros pasos por la misma. Remigio guía a Guillermo y Adso a través del claustro, principal lugar de meditación de la abadía, desde donde se dirigen a su celda, en la que el abad los espera. Allí, en un tono grave y circunspecto, detalla a Guillermo y Adso los siniestros y misteriosos acontecimientos recientemente ocurridos en la abadía. Al parecer, el cuerpo sin vida de Adelmo, uno de los más jóvenes ilustradores de la abadía, fue encontrado en el barranco, al pie del edificio. Guillermo, haciendo gala de una gran sagacidad, confirma la sospecha del abad sobre un presunto asesinato del joven monje. El abad encomienda a Guillermo la misión de esclarecer los hechos, antes de que se produzca la llegada a la abadía de Bernardo Güi, emisario de la Santa Sede. Para ello, Guillermo debe guiarse por la estricta observancia de las reglas de la abadía, y particularmente, de las órdenes del abad.

En lo que sigue, Guillermo se reencuentra con Ubertino da Casale, uno de los padres espirituales de la orden Franciscana, quien se encuentra temporalmente alojado en la abadía, bajo la protección del abad. Guillermo y Adso encuentran a Ubertino en una de las capillas anexas a la iglesia, dedicado exclusivamente a la meditación y a la oración. En su conversación, Ubertino relata a Guillermo su condición de perseguido y refugiado en la abadía, y alerta de la llegada del mal a la misma, sobre cuyos muros acechan los pecados de la lujuria y la soberbia.

Más tarde, Guillermo y Adso deciden explorar los exteriores de la iglesia. En el huerto (situado hacia el oeste del complejo), conocen a Severino, el padre herbolario, encargado también de los baños y el hospital. Guillermo, gran observador, comenta con Severino la variedad de hortalizas y plantas de uso medicinal que cultiva en el huerto de la abadía. Severino, amablemente, se ofrece a enseñar el edificio a Guillermo y Adso. Durante su camino, Guillermo y Adso obtienen valiosa información de las costumbres del joven Adelmo, quien al parecer, dedicaba la mayor parte de su tiempo a la transcripción de miniaturas en el scriptoriom del Edificio. Severino informa a Guillermo de la estrecha relación que unía a aquél y a Berengario, ayudante del bibliotecario. Dentro del edificio, Severino muestra a Guillermo y Adso la ubicación del refectorio (así como el lugar que deben ocupar durante las comidas) y la cocina. Severino indica también que, en la planta superior del edificio –en el scriptorium– se ejerce la labor de los monjes copistas de la abadía.

Sexta

Las campanas de la iglesia sorprenden a Severino, Guillermo y Adso –anunciando la hora sexta y recordándoles la obligación de acudir a su cita diaria en el refectorio–. Acuden pues allí a almorzar con los demás monjes. El abad presenta a Guillermo al resto de los hermanos, y les informa del propósito de su visita a la abadía, rogándoles su colaboración durante la investigación.

Nona

Guillermo sugiere visitar la planta superior del edificio, donde se encuentra el scriptorium. Acceden a la misma empleando las escaleras que llevan al torreón noroeste. Allí conocen a un monje con cara de luna –Berengario– el ayudante del bibliotecario. Berengario se ofrece, solícito, a mostrar a Guillermo y Adso la mesa de trabajo del malogrado miniaturista. Allí, Guillermo, con la ayuda de sus lentes, aprecia el talento de aquél. Las miniaturas en las que trabajaba Adelmo revelan un vivo interés por obras que ensalzan el humor y la risa. El ambiente del scriptorium se distiende hasta que aparece un anciano monje ciego quien, visiblemente airado, afea la conducta de quienes ríen de cosas risibles. En lo que sigue, el venerable monje –a quien Berengario identifica como Jorge de Burgos– y Guillermo debaten acerca de la risa. Su debate los lleva a citar el segundo libro de poética de Aristóteles –El Coena Cyprianis– enteramente dedicado al humor como instrumento para difundir la verdad. El debate sobre el origen y destino del citado libro prosigue, hasta que Jorge, visiblemente contrariado, decide terminar abruptamente la conversación.

Seguidamente, Nicola –el hermano vidriero– que ha seguido desde la distancia la conversación, se interesa por el funcionamiento de las lentes de Guillermo, emplazándolo a una conversación posterior.

Guillermo y Adso se dirigen hacia la biblioteca, custodiada por el siempre vigilante Malaquías –el hermano bibliotecario– quien recuerda a nuestros protagonistas el carácter secreto de la misma. Efectivamente, la biblioteca es un lugar prohibido, al que, además del propio abad, tan sólo Malaquías puede entrar.

Más tarde, Guillermo y Adso recorren el resto de las estancias del scriptorium, admirando las obras de los hermanos copistas y la bella construcción del mismo. Guillermo sugiere a Adso que recoja un pergamino y un carboncillo para que elabore un valioso mapa que les permitirá orientarse a lo largo de los edificios del complejo de la abadía.

Guillermo y Adso se familiarizan con la planta del scriptorium, comunicada con la planta inferior desde sus extremos noroeste, suroeste (desde donde nuestros protagonistas pueden ver la entrada de la abadía y el huerto de Severino); y sureste (desde donde Guillermo contempla una pequeña aldea, a los pies de la abadía). El extremo nordeste del scriptorium alberga la entrada a la biblioteca custodiada, como hemos dicho anteriormente, por Malaquías.

De vuelta a la planta inferior, Guillermo y Adso se encuentran con un monje contrahecho y jorobado –Salvatore, ayudante de Remigio–. Salvatore comienza una peculiar conversación con nuestros protagonistas, en la que demuestra que habla todas las lenguas y ninguna, y de la que se deduce un pasado inquietante. Guillermo y Adso se familiarizan con las estancias de la primera planta del edificio. Visitan así la cocina, el horno y la chimenea desde la que se calienta el scriptorium.

Nuestros protagonistas salen del edificio y rodean el torreón sureste, alcanzando el cementerio de la abadía. Guillermo observa una tumba reciente, y deduce que debe tratarse de la del joven miniaturista. Guillermo y Adso continúan recorriendo el perímetro del edificio en dirección norte, y encuentran una puerta que da acceso al edificio (por la zona de servicio frecuentada por Salvatore), y otra que comunica directamente con el recinto de la iglesia, muy cerca de la celda del abad.

Cerca de la entrada al complejo de la abadía, Guillermo y Adso reparan en un pozo del que podrán abastecerse de agua potable.

En la zona de patio, y hacia el este, Guillermo y Adso descubren las cuadras y las porquerizas. Allí los monjes guardan, en grandes tinajas, la sangre de la matanza, conservada merced al frío de la zona. En la zona oriental del complejo, y cerca ya del claustro, nuestros protagonistas encuentran el taller de Nicola. En él, Nicola explica a Guillermo y su ayudante en qué consiste su trabajo. Aprovecha, fascinado, para investigar de cerca el funcionamiento de las lentes de Guillermo. La conversación deriva en otros derroteros, por los cuales Nicola advierte de extraños artilugios mágicos que protegen la biblioteca de ojos curiosos. Guillermo comienza a pensar que hay quien desea preservar el saber de la abadía sin dejar que éste se difunda libremente entre los monjes…

Vísperas

Las campanas sorprenden a Guillermo y a su joven acompañante reflexionando acerca de la conversación con Nicola, y advirtiéndoles que deben asistir al oficio de Vísperas. Guillermo y Adso ocupan su sitio –El maestro debe colocarse a la izquierda y justo al lado de su pupilo–. Antes de comenzar el oficio, nuestros protagonistas observan cómo Malaquías, el bibliotecario, alcanza la iglesia aproximándose desde detrás del altar.

Completas

Tras el oficio, Guillermo y Adso se retiran a su celda.

Segundo día

Noche

Extenuados por la intensidad del primer día en la abadía, deciden dormir para proseguir con sus investigaciones con ánimos renovados.

Prima

En la que Guillermo y Adso acuden al oficio tras un sueño reparador. Una vez en la iglesia, el abad muestra su extrañeza por la tardanza de Venancio. Un aldeano acude, visiblemente alterado, a informar al abad de la aparición de un nuevo cadáver; en esta ocasión en las pocilgas. El abad, preocupado, solicita a Guillermo que lo acompañe para aclarar la situación. Una densa niebla y una fría lluvia se ciernen sobre la abadía mientras los monjes, encabezados por el abad, se dirigen a las pocilgas. Los monjes observan, horrorizados, el cadáver de Venancio en una de las tinajas. El abad solicita la máxima premura a Guillermo para esclarecer el que, a todas luces, es un nuevo asesinato.

Tercia

En la que Guillermo y Adso solicitan participar de la autopsia del cuerpo de Venancio. En el hospital, Severino confiesa que no ha encontrado heridas o signos de violencia en el cuerpo del fallecido. Además, mientras Guillermo y Severino especulan sobre la muerte de Venancio, aquél observa asombrado la ingente cantidad de sustancias y minerales que el hermano herbolario conserva. Preguntado por Guillermo, Severino aclara la labor de Venancio como traductor de griego –enteramente dedicado a la obra aristotélica–. Adelmo y Venancio mantenían una estrecha relación fraternal, acrecentada por las largas horas de estudio en el scriptorium. Guillermo descubre también, de boca de Severino, la relación entre Adelmo y Berengario: al parecer, éste ofrecía a Venancio acceso a conocimientos secretos a cambio de favores que trascendían lo meramente fraternal…

Sexta

Las campanas sorprenden a Guillermo y Adso absortos en sus pensamientos tras los hallazgos de la mañana. Ambos acuden al refectorio para dar cuenta de sus obligaciones. El abad recuerda a Guillermo que la biblioteca es un lugar secreto, al que sólo Malaquías puede entrar. Guillermo comienza a sentir una gran curiosidad por este extraño lugar prohibido… ¿Guardará alguna relación con los asesinatos?

Nona

Donde Guillermo y Adso acuden de nuevo al scriptorium para conocer de cerca la labor de traducción de Venancio. Sobre su mesa, encuentran un extraño pergamino acompañado de un libro escrito en griego. A petición de Berengario, Nicola custodia la mesa de Venancio. Nicola apunta a Guillermo que el libro escrito en griego no se encontraba sobre la mesa de Venancio cuando éste había abandonado el scriptorium el día anterior. Ante el asombro de Guillermo, Nicola revela que es posible acceder al edificio, cuyas puertas son cerradas desde dentro por Malaquías, al terminar cada jornada. Para ello, refiere una entrada secreta accesible desde el osario, situado en la capilla, tras el altar. Nicola aconseja a Guillermo y Adso que, caso de querer aventurarse por el edificio por la noche, no olviden hacerse con una lámpara. Maestro y pupilo descienden a la planta baja del edificio. Allí, Remigio facilita la citada lámpara. Remigio se muestra sumamente solícito para rellenar la lámpara de aceite y dejarla a disposición de nuestros protagonistas a diario, en la cocina. Por último, Remigio confiesa a Guillermo haber visto cómo Adelmo, la noche de su muerte, acudía a la celda de Berengario, ausente hoy en el scriptorium.

Guillermo y Adso recogen la lámpara en la cocina, dispuestos a realizar su primera excursión nocturna por el scriptorium.

De nuevo en la iglesia, y en uno de los laterales de la nave central de la misma, Guillermo y Adso descubren también la sala de reliquias, dotada de obras de arte traídas por numerosos monjes desde los lugares más insólitos del mundo.

Más adelante, Guillermo y su joven aprendiz encuentran al ayudante del bibliotecario en el claustro. Presionado por las preguntas de Guillermo, Berengario confiesa haber visto a Adelmo la noche de su muerte. Asustado, Berengario relata cómo vio a Adelmo caminar, como un espectro, por entre las tumbas del cementerio. Berengario, turbado, solicita a Guillermo confesarse; lo que éste rechaza –sin duda para no tener que mantener el secreto de confesión sobre sucesos que, tal vez, guarden relación con las dos extrañas muertes ocurridas en la abadía–.

Vísperas

Guillermo y Adso ocupan sus puestos para el oficio y observan cómo, igual que en el primer día, Malaquías accede a la iglesia desde detrás del altar. Guillermo deduce que el bibliotecario, tras cerrar el edificio, accede a la iglesia mediante el pasadizo secreto al que se refería Nicola.

Completas

Una vez en su celda, Guillermo y Adso deciden aprovechar la quietud de las horas nocturnas para su primera excursión en el edificio e investigar acerca del extraño libro y el pergamino, que Nicola custodiaba en la mesa de trabajo de Venancio. Para ello, harán uso de la lámpara que tomaron prestada en la cocina.

Tercer día

Noche

Donde Guillermo y su ayudante se dirigen a la iglesia; desde allí al osario tras el altar. Tras seguir las instrucciones de Nicola, consiguen adentrarse por el pasadizo, oscuro y húmedo, que une la iglesia con el edificio. Descubren que el pasadizo termina tras la chimenea de la cocina. Desde ahí se dirigen al piso superior a través del acceso al torreón sureste. Al llegar a la mesa de Venancio observan, sorprendidos, que el libro ya no se encuentra sobre la misma; ¡alguien ha debido sustraerlo mientras la mesa no estaba vigilada! Guillermo y Adso encuentran el pergamino, escrito completamente en griego con una letra pequeña e irregular, que a Guillermo le cuesta descifrar. Al acercar la llama de la lámpara al pergamino, aparecen unos misteriosos caracteres ininteligibles para ambos… Entonces Guillermo, alertado por un ruido en el scriptorium, abandona precipitadamente la mesa de Venancio, dejando sus lentes sobre la misma. Al volver descubren, consternados, que las lentes de Guillermo han desaparecido ¡probablemente robadas por la misma mano que sustrajo el misterioso libro! Antes de marcharse, nuestros protagonistas constatan que la puerta de entrada a la biblioteca se encuentra cerrada.

En su camino de vuelta, Guillermo y Adso ponen especial cuidado para evitar que el Abad, vigilante, los descubra y los expulse de la abadía por desobedecer sus órdenes. Ambos vuelven a su celda, y deciden dormir para continuar sus pesquisas al día siguiente ¡El saldo del agotador día les ha dejado con un pergamino de más y con unas lentes de menos!

Prima

Justo antes de dar comienzo al oficio, el abad, preocupado, da cuenta de la ausencia de Berengario.

Tercia

Al terminar la misa, el abad convoca a Guillermo, a quien le hace partícipe de la honda preocupación reinante en la abadía, y del pesar del resto de los hermanos, quienes asocian las recientes muertes con presencias sobrenaturales –la llegada del Anticristo– a la abadía. El abad solicita a Guillermo que apresure el ritmo de sus investigaciones.

Una breve conversación con Ubertino confirma las palabras del abad. Aquél evoca el libro del Apocalipsis y relaciona cada una de las muertes con las trompetas que anuncian las calamidades que caerán sobre la tierra. Así, con sus ominosas palabras, previene a Guillermo y Adso de más muertes con la llegada de la tercera trompeta…

Sexta

El repicar de las campanas sorprende a Guillermo y Adso en el patio exterior de la abadía, y les recuerda que deben acudir al refectorio.

_dsf4843Fotografía: Ovidio Aldegunde

Nona

Tras el almuerzo, Guillermo y Adso se dirigen al scriptorium. Una vez allí, comprueban que Malaquías vigila permanentemente la puerta de acceso a la biblioteca, haciendo imposible una incursión en la misma. Adso advierte la presencia de una llave encima de la mesa del bibliotecario, justo frente a la puerta. Aprovechando que el bibliotecario fija su atención en su maestro, Adso sustrae la llave de la mesa. ¡Tal vez sea la llave que abra la puerta de la biblioteca!

Más adelante, Guillermo –preocupado por haber perdido sus lentes, sin las cuales no puede leer el pergamino que encontraron en el scriptorium– dirige sus pasos hacia el taller de Nicola. Éste, recibe el encargo de Guillermo de intentar fabricar unas nuevas. Nicola solicita a Guillermo algo de tiempo; también una montura adecuada para fijar las lentes.

Vísperas

El toque de vísperas sorprende a Guillermo, Adso y Nicola en animada conversación, así que los tres se dirigen hacia la iglesia para participar en el consabido oficio. En su camino, acceden al claustro desde su entrada sur, y desde allí se dirigen hacia el oeste hasta ocupar sus preceptivos lugares en la iglesia. Nuestros protagonistas, de nuevo, observan como el bibliotecario accede a la iglesia por detrás del altar –probablemente haciendo uso del pasadizo recién descubierto por nuestros protagonistas la noche anterior–.

Completas

Donde Guillermo, deseoso de comenzar a descubrir los secretos de la biblioteca, convence a Adso para una nueva excursión nocturna. La sospecha de que las muertes están relacionadas con algún tipo de saber oculto –probablemente en algún lugar de la biblioteca– ocupa la mente de Guillermo. ¿Dónde estará el misterioso libro?

Cuarto día

Noche

Guillermo y Adso se adentran en el pasadizo. Al acercarse a la cocina, Guillermo percibe un extraño ruido y, alertado, ordena a Adso vigilar el acceso a la despensa, mientras que él vigila la entrada al pasadizo. Adso, al adentrarse, atisba –escondida entre los utensilios de la misma –a una joven y bella muchacha. Al acercarse a ella, siente una poderosa atracción. Adso y la bella muchacha se entregan apasionadamente. Después Adso, aturdido y confundido por su experiencia amorosa y extática, cae en un estado de ensoñación, del que despierta –desnudo y frío– sobre el suelo de la despensa. Después se pone su hábito y corre al encuentro de su maestro.

Entonces, ambos dirigen hacia el scriptorium accediendo al mismo por el torreón noroeste. Desde allí, se dirigen hacia la puerta que Malaquías custodia durante el día. Gracias a la llave sustraída por Adso, consiguen franquearla. Una vez dentro, tras ascender por unas escaleras y abrir una segunda puerta, consiguen entrar en la biblioteca.

Nuestros protagonistas entran en una amplia estancia, en la que consiguen orientarse gracias a la luz proyectada por la lámpara de Adso. Deberán mantenerse siempre vigilantes para no consumir todo el aceite de la lámpara. Tras los primeros pasos en la estancia, Guillermo y Adso comienzan a marearse –resultado de haber inhalado los efluvios de las lámparas que se emplean en la biblioteca– y de las que ya les había hablado anteriormente el hermano vidriero. Guillermo y Adso deciden salir, poniendo fin a su excursión nocturna. En su camino de vuelta, ambos descubren un atajo por el que pueden encaminarse para acceder directamente desde la biblioteca al pasadizo; para ello simplemente continúan descendiendo las escaleras dejando la puerta que custodiaba Malaquías a su derecha. Nuestros protagonistas deben permanecer muy atentos para evitar ser vistos por el abad, lo que conllevaría la expulsión de la abadía.

Al volver a la celda Adso, confundido todavía por su experiencia, pregunta a su maestro acerca del amor. Guillermo, que sagazmente ha adivinado el motivo de la ausencia de Adso antes de la entrada al laberinto, diserta sobre la lujuria y los peligros del enamoramiento. Adso se confiesa enamorado de la joven muchacha, de quien sólo desea su bien. Guillermo, a pesar de que su mente se mueve por los designios de la razón y de la lógica y que parece carente de todo sentimiento, dispensa a su pupilo comprensión y, a su manera, piedad por sus sentimientos.

Agotados, maestro y aprendiz se dejan vencer por el sueño.

Prima

Donde Guillermo y Adso se dirigen, como es habitual, a la iglesia. Una vez han ocupado sus lugares, se observa la llegada del hermano herbolario. Severino, agitado, informa al resto de los monjes del hallazgo del cuerpo del ayudante del bibliotecario en los baños. El abad ordena a Guillermo que lo acompañe para determinar lo sucedido.

En los baños, Severino, Guillermo y el abad encuentran, abotargado e hinchado, el cuerpo sin vida de Berengario. Severino apunta a una muerte por ahogamiento mientras que Guillermo, mostrando sus dotes deductivas, concluye que, en apariencia, aquél se ha producido de forma natural –todo se encuentra en perfecto orden alrededor de la bañera en la que yace Berengario–.

Tercia

Guillermo y Adso se trasladan al hospital, donde Severino practica la autopsia al fallecido Berengario. Severino repara en unas marcas oscuras en los dedos índice y pulgar de la víctima, iguales a las encontradas en el también fallecido Venancio. Asombrados, descubren también que tiene la lengua manchada de negro. Guillermo, con su mente racional y detectivesca, concluye que ambos manipularon un objeto y se lo llevaron a la boca –probablemente el mismo que les causó la muerte–. Ante la pregunta de Guillermo, Severino recuerda haber poseído en su hospital un veneno potentísimo, capaz de provocar la muerte con una leve exposición; sin embargo admite que le perdió la pista cuando, cierto día de tormenta, se malograron muchos de los frascos en los que almacenaba diferentes sustancias.

Sexta

Una vez en el refectorio, Guillermo observa la llegada de Bernardo Güi – inquisidor y emisario del Papa–. El abad presenta a Bernardo, antiguo rival de Guillermo. Al parecer, el abad ha informado puntualmente a Bernardo de las muertes ocurridas en la abadía.

Nona

Guillermo y Adso se dirigen del refectorio a los baños. En su camino, observan a los soldados del Papa, traídos por Bernardo, haciendo guardia en el exterior del complejo de la abadía. Una vez en los baños, Guillermo encuentra sus lentes –con los vidrios completamente destrozados–. Guillermo deduce que debió ser Berengario quien, en la segunda noche, sustrajo el libro de la mesa de Venancio –y también sus oculi de vitrio cum capsula–.

Cerca del huerto, nuestros protagonistas encuentran, de nuevo, al padre herbolario. Preguntado directamente sobre remedios para evitar las alucinaciones provocadas por los efluvios de las sustancias que emiten las lámparas que arden en la biblioteca, Severino contesta –sorprendido– que podrían mitigarse sus efectos mediante una infusión de ciertas plantas de las que él mismo dispone. Para preparar la infusión, Severino necesita agua caliente. El padre herbolario sugiere a Guillermo que obtenga de Salvatore, el ayudante de Remigio, una botella para almacenar el agua. Nuestros protagonistas se dirigen entonces hacia el edificio. De camino, encuentran a Salvatore, quien acude al almacén para prestarles, solícito, la botella que necesitan. Acto seguido, Guillermo y Adso se dirigen al pozo, del que obtienen agua fresca. Para calentarla, Guillermo repara en el horno, situado cerca de la cocina –lo que les lleva de nuevo al edificio–. Conscientes de su siguiente aventura en la biblioteca, Guillermo y Adso acuden a la cocina, a recoger la lámpara con su nueva carga de aceite. De vuelta en el huerto, y con los ingredientes que solicitaba el padre herbolario, Severino prepara la infusión y regresa con una gasa empapada que Guillermo y Adso deberán emplear en sus excursiones nocturnas por el laberinto.

Seguidamente, Guillermo y Adso acceden al taller de Nicola –a quien Guillermo entrega sus lentes rotas–. A pesar de lo lamentable de su estado, Nicola confiesa que podrá reutilizar la montura para crear las nuevas que solicitaba Guillermo. Sin embargo, el hermano vidriero requiere de un utensilio para poder cortar y encajar los vidrios en la montura. ¿De dónde podrán sacar tal instrumento nuestros protagonistas?

Vísperas

Sin tiempo para más, Guillermo y Adso deben acudir al oficio de Vísperas –que se desarrolla con la ominosa presencia del nuevo huésped de la abadía – , Bernardo Güi.

Completas

Guillermo y Adso se dirigen a su celda –aunque la mente de ambos está ya ocupada con la próxima visita nocturna a la biblioteca. Esta vez confían en estar debidamente preparados– contando con la lámpara, la llave de Malaquías, y la gasa empapada de infusión que les ha preparado el hermano herbolario.

Quinto día

Noche

Nuestros protagonistas se dirigen, una vez más, a la biblioteca, atravesando el pasadizo y accediendo directamente a la misma a través de la escalinata. Una vez allí, comienzan su exploración desde la estancia inicial. Acceden a diferentes estancias llenas de libros y de saber oculto. Tal y como intuían, las habitaciones se encuentran interconectadas entre sí sin orden aparente. Es, en definitiva, un laberinto perfecto en el que les resulta difícil orientarse. Adso se muestra incapaz dibujar un mapa en su pergamino. Guillermo plantea la posibilidad de emplear, para orientarse, un instrumento que siempre marque la misma dirección. Recuerda entonces la piedra de magnetita que Severino almacena en el hospital –tal vez puedan fabricar dicho instrumento con el citado mineral–. Conscientes de la imposibilidad de orientarse deciden, una vez más, dar por finalizada su incursión por la biblioteca-laberinto.

De vuelta en la celda, reciben la inesperada visita de Bernardo Güi, quien les pide que le acompañen. Se trasladan hasta las cuadras, donde aparentemente la guardia de Bernardo ha encontrado a Salvatore y a la bella muchacha que conoció Adso. Al parecer, ambos han sido encontrados cuando realizaban algún tipo de ritual –ésta es la conclusión a la que llega Bernardo tras encontrarles un gallo y un gato negro–. El abad contempla la escena, circunspecto. Adso no puede ocultar su consternación a Guillermo, quien le recomienda que mantenga la boca cerrada. Salvatore y la bella muchacha son tomados presos.

Prima

Donde, antes de comenzar el oficio, Severino anuncia discretamente a Guillermo que ha encontrado un extraño libro en la enfermería. Guillermo, atento, le pide que se dirija al hospital y que se encierre allí, desde dentro, hasta que él acuda. Malaquías escucha atento la conversación.

Tercia

Tras los acontecimientos de la pasada noche con Salvatore y la muchacha, el abad confiesa a Guillermo y Adso el oscuro pasado de Remigio y Salvatore como herejes Dulcinistas.

En lo que sigue, Guillermo y su joven acompañante se dirigen hacia la celda de Severino, para que éste les pueda descubrir el contenido del extraño libro. En su camino, se cruzan con Malaquías. Al entrar a la celda del padre herbolario, descubren a Bernardo y a Remigio alrededor del cadáver del pobre Severino, que yace en el suelo horriblemente asesinado, tras haber sido golpeado por una esfera armilar. Todo apunta a que el autor ha sido el cillerero, que ha sido encontrado in flagranti delicto por el inquisidor. De nada le sirve a Remigio negar su participación en tan horrible crimen, pues es trasladado preso a la espera de juicio.

Guillermo y Adso contemplan la dantesca escena. Amén del cadáver de Severino, el hospital se encuentra patas arriba –parece que alguien estuviera buscando algo en el hospital del malogrado padre herbolario–; ¿tal vez el extraño libro que parece conectar todas las muertes?

Antes de irse, Guillermo recoge la piedra de magnetita, con la que imagina construir el instrumento que les permita orientarse en su siguiente incursión por el laberinto. Se dirigen entonces a la planta baja del edificio –a la cocina– de donde recogen la lámpara que iluminará su camino.

Antes de la comida, acuden al scriptorium, donde encuentran al hermano vidriero. Guillermo explica a Nicola cómo construir la brújula o Pyxis. Nicola acepta el encargo e indica a Guillermo que, una vez construida, la dejará en su celda.

Sexta

Guillermo y Adso asisten, como de costumbre, al almuerzo en el refectorio.

Nona

Donde Bernardo, en clara alusión al pasado de Guillermo como inquisidor, solicita su colaboración para el juicio de Nicola, Remigio y la joven muchacha, de nombre desconocido. Todos se dirigen hacia la estancia anexa al claustro, donde se encuentran los acusados.

Una vez allí, Guillermo y Adso contemplan, impotentes, el desarrollo del juicio. Durante el mismo, Bernardo sostiene que fue Remigio el asesino del padre herbolario, lo que aquél niega rotundamente. Bernardo apela a una supuesta confesión de Salvatore, que ha sido terriblemente torturado. Cuando Bernardo amenaza a Remigio con una tortura similar, éste se derrumba impotente y se confiesa –sin serlo– autor de los asesinatos ocurridos en la abadía. La suerte está echada para los tres acusados, que serán condenados a la hoguera.

Antes de irse, Guillermo observa que Bernardo ha dejado sobre la mesa de la estancia una llave sustraída a Remigio durante su detención. Ante la vigilancia de Bernardo, nuestros protagonistas no pueden tomarla prestada.

Vísperas

Donde Guillermo y Adso, todavía apesadumbrados por los últimos acontecimientos y sin haber podido obtener nada en claro de sus investigaciones, asisten al oficio.

Como de costumbre, Malaquías aparece desde detrás del altar para ocupar su lugar. Allí, el bibliotecario comienza a tambalearse y cae al suelo mientras murmura unas inquietantes palabras. Tras unos instantes de agonía, Malaquías fallece.

Guillermo, consciente de la situación de evidencia en la que queda Bernardo tras la forzada confesión de Remigio, pregunta al inquisidor acerca del asesino de Malaquías. Guillermo comprueba como Malaquías tiene también las yemas de los dedos y la lengua negros, como Venancio y Berengario.

Completas

Nuestros protagonistas se dirigen a su celda – dispuestos a una nueva aventura nocturna en pos de los secretos del laberinto… Tal y como Nicola les había prometido, Guillermo encuentra la Pyxis en su celda. No duda en recoger este valioso instrumento, que sin duda les resultará sumamente útil.

Sexto día

Noche

Guillermo y Adso se dirigen nuevamente a la biblioteca. La lámpara, la brújula y la gasa empapada de infusión preparada por Severino los ayudan a investigar a través de las numerosas estancias que la componen, mientras Adso traza un mapa de la misma. Al recorrer las estancias, no dudan en detenerse para hojear los numerosos libros ¡Cuánto saber oculto! Todas las estancias disponen de una mesa central así como estanterías en su perímetro, donde los libros se almacenan horizontalmente. En su exploración, Guillermo y Adso observan que cada una de las estancias está marcada por una letra o inicial. Con el tiempo, nuestros protagonistas comienzan a atisbar una lógica u orden que relaciona la temática y ubicación de los libros, y las palabras que resultan de unir las iniciales de las letras encontradas en cada una de las estancias. Maestro y aprendiz recorren un sinfín de habitaciones, identificando zonas como Anglia, Germani, Gallia, Hibernia, Roma, Yspania, Aegyptus, Fons Adae y Acaia. En verdad, la biblioteca reproduce las partes del mundo conocido y los libros están ordenados según sus países de origen, o el de sus autores. Las iniciales de las estancias forman un artificio nemotécnico para facilitar al bibliotecario la búsqueda de los libros ¡Guillermo y Adso logran, por fin, entender el laberinto! Cruzando el umbral de una de las habitaciones, Adso cree ver una extraña sombra. Al acercarse, nuestros protagonistas comprueban que se trata de un espejo que, situado en una de las paredes de la estancia, les devuelve su reflejo deformado ¡esto explicaría las visiones que, según se cuenta, han tenido los monjes que se adentraron en la biblioteca! Por la posición relativa de la estancia en la biblioteca, coincidente con uno de los torreones extremos, Guillermo deduce –por similitud– que la habitación debe estar conectada con otras –aunque no observan más que el camino que les ha llevado a la misma–. ¿Dónde estarán las estancias que faltan? Encima del espejo, nuestros protagonistas encuentran la inscripción “Super thronos viginti quatuor”. Se trata de un fragmento de libro del Apocalipsis.

En vista de que el aceite de la lámpara se agota, nuestros protagonistas deciden volver sobre sus pasos hacia la estancia origen. La incursión en el laberinto ha sido muy provechosa: nuestros protagonistas ya saben orientarse en el mismo y han descubierto su organización en “regiones” que aglutinan diferentes temáticas de libros y que toman su nombre de juntar las iniciales de las inscripciones de las estancias en un orden específico.

Agotados, Guillermo y Adso se dirigen a su celda, con cuidado de que el abad no los descubra deambulando por la abadía…

Prima

Guillermo y Adso acuden al oficio, como cada mañana.

Tercia

Tras la misa, el abad informa a Guillermo de la inminente marcha de Bernardo, quien ha concluido su misión.

A continuación, el abad enseña a Guillermo y Adso el relicario, lugar donde se almacenan piezas únicas, de incalculable valor. El abad reflexiona sobre el valor de los objetos custodiados en la abadía, así como acerca de la riqueza de su biblioteca. El abad afea a Guillermo que, tras seis días de investigación, no haya podido arrojar luz sobre los terribles acontecimientos de la abadía –que suma ya cuatro muertes y en la que dos monjes han sido condenados por la Santa Inquisición–.

Guillermo, en su respuesta, confiesa no estar en condiciones de esclarecer los hechos pero relata los descubrimientos que, a su juicio, la investigación realizada ofrece hasta la fecha. En su argumentación, demuestra que todas las muertes se deben al misterioso libro desaparecido: Adelmo sucumbió a los favores de Berengario a cambio de que éste le facilitara la clave de cómo encontrarlo en la biblioteca –cifrada en el pergamino que Guillermo tomó prestado de la mesa de Venancio–. Tras acceder a los deseos de Berengario y, presa de los remordimientos, comenzó a vagar por la abadía hasta encontrarse con Venancio, a quien entregó el pergamino. Finalmente, amordazado por la culpa, acabó arrojándose al vacío desde el torreón. Venancio accedió a la biblioteca y, guiado por las instrucciones del pergamino, sustrajo el libro de la misma y lo dejó en su mesa de trabajo en el scriptorium, donde lo leyó. Algo provocó su indisposición repentina y, tras garabatear unas líneas en el pergamino, acabó falleciendo con unas extrañas marcas negras en la lengua y en las yemas de los dedos.  Berengario descubrió el cadáver y lo arrojó a la tinaja de la pocilga para evitar que recayeran sospechas sobre él. Libro y pergamino quedaron sobre la mesa de Venancio. Al día siguiente, Berengario leyó el libro y, aquejado del mismo extraño mal que sorprendió a Venancio, decidió tomar un baño para calmarse. Finalmente, murió ahogado en la bañera. Igualmente, a Berengario se le encontraron las yemas de los dedos y la lengua ennegrecidos. Entonces, Severino encuentra el misterioso libro prohibido en la enfermería (escondido por Berengario) y corre a ocultarlo. Malaquías, sin embargo, lo asesina y se lleva el libro. Igualmente, Malaquías leyó el libro y sucumbió a su extraño poder, falleciendo en la iglesia. Por tanto, y según Guillermo, todas las muertes ocurren por un libro que mata, o por el que alguien mata.

El abad se muestra indiferente ante los hallazgos de Guillermo y le conmina a irse al día siguiente –cuando habrán transcurrido siete días desde su llegada a la abadía–.

Guillermo repara en un pequeño diamante – su dureza puede ser muy útil para cortar el vidrio de las lentes que necesita para poder leer el pergamino que contiene el secreto de cómo acceder al libro prohibido. Desde el relicario, Guillermo y Adso se dirigen a la sala capitular, donde se celebró el juicio, a recoger la llave que Bernardo había confiscado a Remigio. Nuestros protagonistas entran en la celda de Remigio. Allí encuentran otra llave, que suponen debe ser la de la celda del padre herbolario.

Sexta

Sin tiempo para más, las campanas recuerdan a Guillermo y su joven aprendiz que deben acudir al refectorio.

Nona

Conscientes del poco tiempo que les queda en la abadía para desentrañar el misterio del libro prohibido y del laberinto, Guillermo y Adso recogen, de nuevo, la lámpara que les guiará por la biblioteca. Adso acompaña a su maestro a la celda del padre herbolario, de donde observa cómo recoge los guantes del fallecido Severino. Adso se pregunta extrañado para qué servirán.

Antes de seguir con sus pesquisas, Guillermo y Adso visitan el cementerio de la abadía, en el que también yace Berengario. Allí, nuestros protagonistas reparan en una sección del muro repleta de grabados en la que sobresale una cruz en el centro. Al acercarse a ella, descubren una puerta que los conduce a una estancia situada bajo las escaleras que ascienden al torreón suroeste del edificio. En la pequeña estancia alcanzan a percibir una extraña melodía. Guillermo se queda absorto escuchándola mientras los recuerdos se amontonan en su mente detectivesca ¿por qué le resultará tan familiar?

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Seguidamente, Guillermo acude al taller de Nicola quien, gracias al pequeño diamante, consigue cortar el vidrio a la medida exacta de las lentes requeridas por Guillermo. Con ellas, Guillermo puede leer el pergamino que esconde el secreto que permite encontrar el libro perdido en la biblioteca. Tras descifrar el mensaje, Guillermo lee: “Secretum finis africae manus supra idolum age primum et septimum de quatuor”… (El secreto del final de África; con la mano sobre el espejo actúa sobre el primero y el séptimo de cuatro). ¡La clave para encontrar el libro está conectada con la estancia del espejo! Esto alimenta la sospecha de Guillermo de que, en realidad, el espejo es una puerta hacia una o varias estancias que tal vez contengan el misterioso libro…

No obstante Guillermo no consigue descifrar lo que, a todas luces, es un acertijo: ¿el primero y el séptimo de los cuatro?

Vísperas

Guillermo y Adso asisten al oficio de Vísperas, en lo que será sin duda su última noche en la abadía.

Completas

Nuestros protagonistas se preparan para abordar la definitiva incursión en la biblioteca ¡esperan poder resolver el misterio del libro prohibido y del espejo en el Finis Africae!

Séptimo día

Noche

Guillermo y Adso se dirigen al pasadizo y, desde allí, a la biblioteca. Atraviesan las regiones de la biblioteca hasta que llegan a Aegyptus (situada en África) y a la estancia del espejo Finis Africae. El espejo se encuentra firmemente anclado – no parece haber ningún resorte ni mecanismo que lo convierta en una puerta…

Adso observa a su maestro concentrado y preocupado. Recuerda entonces una frase del malogrado Salvatore, que hablaba mil lenguas y ninguna: «Tertius equi: ésa sería la ‘u’». Guillermo, absorto, pregunta a Adso, que aclara la cuestión: tercera se refiere a la tercera letra. De pronto, a Guillermo se le hace la luz: «¡Dios te bendiga Adso..! ¡Mira la inscripción encima del espejo – Super thronos viginti quatuor! ¡Se refiere a la primera y a la última letra de la palabra quatuor!». Guillermo presiona la primera y última letra sobre la inscripción y… se activa un resorte que acciona el espejo –y lo abre–.

Ambos entran en una estancia de la biblioteca que está más allá del Finis Africae. Allí les espera Jorge, el anciano monje. El venerable monje, entrega a Guillermo el libro prohibido –el Coena Cypriani de Aristóteles–. Jorge explica por qué debe ocultarlo: aborda cuestiones trascendentales desde un punto de vista cómico y risible –todo ello guiado por la pluma del filósofo, paradigma del saber–. Tal libro podría socavar los, de acuerdo con el venerable anciano, preceptos de la Cristiandad: ¡la risa elevada al rango de arma sutil!¡La risa puesta en manos de los simples, de los pobres!¡Entonces la risa aniquilaría al miedo! Jorge conmina a Guillermo a que lea el libro, que tanto ha anhelado. También se dirige a Adso, para que lo lea en segundo lugar. Adso observa a su maestro hojear el libro con los guantes del padre herbolario –y entonces cae en la cuenta del ardid del anciano monje–, que había impregnado las páginas del libro de la sustancia venenosa sustraída a Severino tiempo ha. Gracias a los guantes, Guillermo no tiene que humedecer los bordes de las páginas con su saliva –lo que le habría llevado a entrar en contacto con el veneno depositado en las páginas– envenenándose poco a poco y dejando un siniestro rastro en forma de manchas negras en las yemas de sus dedos, y en la lengua.

Jorge, al verse descubierto, arranca el libro de las manos de Guillermo y se precipita en una huida desesperada con el mismo. Guillermo y Adso corren tras él por el laberinto, hasta que consiguen dar con él en la esquina nordeste. Consternados, descubren que el anciano está destruyendo el libro… ¡Comiéndoselo! Guillermo y Adso tratan de evitarlo. En el forcejeo, el anciano golpea la lámpara de Adso y vuelca aceite sobre los libros depositados en la mesa de la estancia. Los libros comienzan a arder. Merced a las corrientes de aire de la biblioteca, el fuego comienza a extenderse rápidamente y el laberinto arde como una tea… ¡Guillermo y Adso huyen rápidamente hacia la estancia que da acceso al scriptorium para salir fuera del edificio! Cuando consiguen salir del laberinto, una gran parte de éste es pasto de las llamas. Guillermo y Adso escapan a través del scriptorium, temiendo desvanecerse por el humo que respiran o, aún peor, morir aplastados por el peso de la planta de la biblioteca, que está a punto de ceder.

Con mucho esfuerzo, Guillermo y Adso salen del edificio y se alejan de la abadía, que yace pasto de las llamas. La biblioteca, y todo su saber –preservado antes y después destruido por las malvadas manos de Jorge–, se pierde para siempre y sin remisión.

Al alejarse de la abadía, Adso observa las tres piras que los inquisidores habían montado para quemar a Salvatore, Remigio y la muchacha. Al ver que una de ellas no ha ardido, Adso desea con todo su corazón que haya sido la de su joven y bella amante a quien, empero, jamás volverá a ver…

Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla.

FIN

Agracedimientos:

A Manuel y Dani, por ser unos artistas y buena gente como ellos solos.

A Paco y Juan, por treinta años de La abadía del crimen. Por muchos más.

A Umberto Eco, por El nombre de la rosa.

A Jean-Jacques Annaud, por una maravillosa adaptación. Y a Feodor Chaliapin Jr., por una soberbia interpretación.

Más en: http://www.abadiadelcrimenextensum.com/

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