La araña Tula y los elefantes escribidores

Érase que se era, en el reino de los animales, una araña muy trabajadora que se llamaba Tula. Gustaba de tejer telarañas enormes y tupidas, que unían ramas y árboles. Así, mientras Tula se afanaba en construir la malla más grande y resistente que hubiera existido jamás, todos los habitantes de la jungla la contemplaban patidifusos. Miraban asombrados los macacos; boquiabiertas se deslizaban las sibilantes sierpes que, de pura envidia, sacaban sus bífidas lenguas. Las jirafas, por su parte, estiraban sus largos cuellos para examinar de cerca el trabajo de Tula. Ella, en silencio, asentía orgullosa mientras continuaba con su tarea.

Un buen día, el león Melenas le preguntó a Tula:

–¿Podrías construir una red que uniera los dos lados de este barranco? Sería muy útil para que cruzáramos sin tener que vadear el río.

Tula asintió y se puso manos a la obra: tejió día y noche, sin descanso, hasta que su tela lució completa y se mostraba, a modo de puente sobre el agua caudalosa. Entonces, Tula se dirigió a las bestias:

-Esta malla es muy resistente: estoy segura de que podrá aguantar vuestro peso mientras la atravesáis.

Cruzó entonces el hipopótamo Grisú, el cocodrilo Lucio, el tigre Colmillo y el elefante Trompeta, que era el jefe de su manada. Éste, que se encontraba muy cansado, decidió aposentarse sobre el arácnido columpio, mientras se solazaba –hacia abajo vislumbraba el brumoso torrente, y hacia arriba un cielo de profundo color azul–. Ante tan bello paisaje, sacó su cuaderno y empezó a escribir. Quedó tan absorto, que sus compañeros lo imitaron, curiosos, y se unieron a Trompeta. En menos que canta un gallo, sobre el tejido de Tula, decenas de elefantes escribidores sacaban punta a sus lápices mientras plasmaban, en prosa y verso, el resultado de su inspiración.

Tula, que nunca había pensado que su red pudiera tener tanto éxito, trepó hasta sus extremos y comenzó a apuntalarla, pues no las tenía todas consigo: no se había diseñado para tantas y tan grandes fieras.

Trompeta, al verla, le espetó:

–Por favor, Tula, deja que mis amigos se concentren. Cuando las musas te atrapan ¡no sabes cuándo te abandonarán! Temo que, si te ven, se asusten y decidan marcharse de este lugar tan inspirador. Ya le he pedido a los otros animales que nos dejen hasta que terminemos nuestras creaciones.

Tula replicó, algo incómoda:

–Amigos, siendo mi telaraña muy resistente, debo reforzarla: nunca pensé que hubiera tantos de vuestra especie al mismo tiempo sobre ella y, como ves, tus amigos no paran de subir…

El caso es que, entre ruegos y explicaciones, Trompeta acabó por despachar a la pobre Tula con cajas destempladas, mientras sus compañeros continuaban en aquel rapto de escritura.

tejiendosueñosFotografía: Ovidio Aldegunde

Tula observaba, preocupada, cómo su elástico tejido se estiraba por allá y acullá, acomodando cada vez a más paquidermos que buscaban su espacio en la concurrida tela.

En esto que, con gran estruendo, los extremos de la malla, que tan fuertemente parecían cosidos al borde del precipicio, terminaron cediendo, y los trompudos animales se precipitaron, cayendo cuan grandes eran sobre el cauce del río. Una muchedumbre de fieras contemplaba el espectáculo de los elefantes escribidores que, empero, entre la caída y el agua, perdieron todas sus notas, al tiempo que agitaban sus enormes patas, orejas y trompas, para acercarse a la orilla.

El loro Parlanchas se acercó a Tula, y razonó:

–No entiendo cómo no has reforzado la red si intuías que no aguantaría tanto peso.

-Lo intenté –respondió Tula–, pero Trompeta y sus amigos creyeron tener suficiente con su inspiración y no quisieron que les ayudara. Y, como decimos en el mundo de las arañas: «para quien no quiere, tengo yo mucho».

FIN

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