La fastidiosa mosquita con su lengua veloz los había seducido a todos. El caso es que no la vio venir: con su porte angelical y sus delicadas maneras había conseguido posarse en todos los círculos de poder. Detestaba su ingenio y locuacidad, con los cuales lograba probar todas las mieles del éxito.
Mientras así reflexionaba, urdía la trama que le llevaría a ajustar cuentas. Afilaba su aguijón, maceraba su veneno y la imaginaba asustada, frágil y vencida en su tupida tela de araña.
FIN