Esas alas de plástico servían para volar. Se las había prestado Luis que, de un tiempo a esta parte, hablaba poco y tenía la mirada perdida en el gotero.
Como estaba tan delgado, se había colado fácilmente entre los postes del enrejado, llegando hasta la cornisa. Mientras se ajustaba el artilugio, admiraba la belleza de los tulipanes del jardín y el profundo azul del cielo; sabía que el truco consistía en no mirar hacia abajo.
Debía apresurarse: escuchó voces alarmadas, preludio del ejército de batas que vendría. Convencido de que recuperaría su pelo y le crecerían garras de adamantio, dejó de soñar con surcar los cielos.
FIN
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