Así transcurre el tiempo en la estancia: recita un genial Lekain, dejándose llevar por la tragedia. A su lado, D’Alembert barrunta, entre pensativo y sombrío, quién sabe qué ecuaciones diferenciales. Rousseau, en animada discusión, defiende con pasión su Discurso sin saber que –solo unos pocos años más tarde– el pueblo le tomará la palabra. Montesquieu atiende obsequioso, pareciera tratar de aprehender qué suerte de lugar común los ha traído allí. Diderot observa, cauteloso, desde prudente distancia; llegará el tiempo de su maravillosa Enciclopedia, cuestión de método, ensayo y error.
Voltaire, transmutado en busto, preside con enigmática sonrisa y pétreos ojos mientras aguarda tiempos mejores en su recién estrenado retiro ginebrino. Julie de Lespinasse escucha atenta, remeda querer capturar la pasión y la belleza del momento, que sabe efímero. Justo enfrente se encuentra ella: madame Geoffrin. Cordial, generosa –mecenas de no pocos artistas y literatos imberbes– contempla la escena sentada, aunque parezca elevarse sobre una escalera que, con gran esfuerzo, ella misma ha construido.
El resto es historia viva: espejos de un tiempo que trajo luz, y delicados cromatismos, reflejados por siempre en mundanos salones.
FIN
Con este micro participé en el concurso «Cuentos del Agua». Se inspira en la pintura de Lemonnier «Lectura de la tragedia del orfelino de la China, de Voltaire, en el salón de madame Geoffrin»: https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Salon_de_Madame_Geoffrin.jpg
Muy buena recreación de lo que sucedía en esos salones literarios de la época. Cuántos intelectuales juntos, a veces da pena que todas esas tertulias se hayan sustituido por tecnología. Un abrazo.
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Muchas gracias por comentar Mayte. Verdad que resulta difícil condensar tanto talento en pocas líneas. Es muy interesante la intrahistoria del cuadro… ¡un fuerte abrazo!
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