El último día de vacaciones habían decidido quedar en la cabaña, su lugar secreto.
Él caminaba nervioso; todavía dolorido y con un ojo amoratado. Ella llevaba una pequeña y afilada navaja que nadie echaría de menos en su casa.
–Fuiste muy valiente –le dijo.
Se practicó cuatro cortes en el dorso de la mano izquierda, suficientes para dibujar la inicial de su nombre. Cuando él, todavía ruborizado, hizo lo propio, las pusieron juntas –sangre contra sangre–. Se dieron un beso; breve, atropellado y furtivo.
Un ruido los alertó: los habían descubierto. Él sonrió, lúcido. Convencido de que la seguiría hasta el infierno.
FIN
Me gustan esos finales abiertos, ambiguos. Hacen pensar e imaginar al lector y le dan un aire inquietante a la historia. Muy bueno, Jorge.
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Muchas gracias por comentar, Mayte. Un abrazo fuerte.
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