Temblamos de frío al ver el pálido amanecer. Ya nadie quedaba en la ciudad: las calles albergaban solo robots, inutilizados tras el último pulso electromagnético del viejo sol menguante.
La marea humana no tenía fin. Caminábamos despacio, confundidos y apesadumbrados. Reinaba el silencio –hacía mucho que habíamos perdido la costumbre de hablar–.
A mi lado, una niña susurraba a un anciano:
–¿Qué haremos ahora que la luz se acaba, abuelo?
Él la miró, lúcido, desde unos ojos cubiertos de un finísimo velo gris.
–La luz se apagó hace tiempo. Hoy nace otra. Tan solo debemos aprender a apreciarla.
FIN

Te ha quedado un bonito y nostálgico relato distópico. Un abrazo, Jorge
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Hola Mayte! Buenas tardes. Muchas gracias por pasarte, leer y comentar. Me alegro de que te haya gustado. Lo tenía escrito de hace un tiempo; últimamente me ha dado por lo distópico. Por cierto que no te pregunté: ¿qué tal Literania? ¿Acudiste? A mí no me dio la vida al final…
Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Al final no pude ir, ni siquiera a echar un vistazo. Redujeron el tiempo de apertura del evento de 2 a 1 semana. Solamente estuvo abierta un fin de semana y a mí me venía fatal acercarme. Así que me lo perdí. Una amiga mía estuvo y me dijo que había demasiados autores exponiendo sus libros y pocos lectores potenciales paseando por allí. Bueno… Ya veremos al año que viene. Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pingback: Tiempo de recuento (crónica del año que se va) | Blog de Aldegunde