Las hay que dicen mucho –destilan miedo, ilusión, compasión o desprecio–. Algunas, empero, transitan perdidas: apenas queda en ellas el reflejo de tiempos mejores. Hay miradas que se abandonaron en mil sueños; otras por el contrario nunca supieron lo que es anhelar.
Hace ya más de catorce años –parece que fue ayer– que las nuestras se encontraron. Desde entonces mis ojos buscan el calor de los tuyos. Que son como luceros en plena noche; faro para un distraído navegante que se resguardó en buen puerto, y que ya no teme a vientos huracanados, a Escila y Caribdis; a miles de cantos de sirena. Que solo espera que tu mirada brille más intenso que el sol.
Sigamos en la aventura: nos acecharán peligros, azotarán tempestades y sentiremos, a buen seguro, el hálito de no pocos monstruos empeñados en desbaratar nuestro camino. Búscame y, cuando te sientas confundida, no dejes de mirarme. Si la tristeza te encoge el alma, toma mi mano –tal vez no alcance a curarte con mis palabras, pero pondré todo mi empeño–.
Vendrán también victorias dulces, noches estrelladas y amaneceres rojos. No faltarán amigos, y sentiremos que nuestras miradas se perpetúan en las de nuestros niños, aun cuando dejen de serlo.
Llegaremos, verás, a nuestra Ítaca (sin apresurar el viaje). Y tal vez la encontremos pobre y sin nada que ofrecernos. Entonces nos asombraremos y brindaremos por lo hermoso del camino. Y cuando por fin descubras lo que significan las Ítacas, yo seguiré mirándote a ti.
Para Eva. Que nunca dejemos de apreciar la belleza del viaje.
Precioso… Seguro que a tu Eva le habrá encantado. Un abrazo, Jorge.
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¡Hola Mayte! ¿cómo estás? Espero estés llevando bien los calores. Muchas gracias por pasarte y comentar. Un abrazo para ti.
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Lo llevamos como podemos. Ya me queda poco para las vacaciones. Un abrazo.
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