Ya tengo los pies fríos. Noto una sensación rara, como si algo burbujeara por mis venas.
Hay testigos en la sala. Sus miradas lo dicen todo: me matarían con sus propias manos, si pudieran.
El médico comprueba el pulso. Lacónico, afirma que he fallecido a las cinco y veintisiete minutos, por inyección letal.
Vuelve al cabo de un rato:
–Ya ha terminado el paripé –dice en tono cínico.
Sonrío, ufano. El azar ha querido premiarme con una segunda oportunidad: redención y una nueva vida a cambio de lealtad y servicio al gobierno. Antes de irse, añadió:
–Cuando lea la letra pequeña, deseará estar muerto.
FIN
¡Buenísimo! No me sorprendería que hubiese ocurrido esto alguna vez… Un abrazo, Jorge.
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¡Hola Mayte! Pues si… la de cosas que no sabremos. Gracias por pasarte, leer y comentar. Un abrazo, ¡feliz verano!
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