Tiempo de recuento (crónica del año que se va)

Como hiciera hace un año, aprovecho esta entrada para dar un repaso a las historias, relatos y cuentos que han forjado este 2019 cuyo tiempo se acaba. Suyos son: que los disfruten.

Comencé el periplo literario con el recuerdo a una tregua de Navidad. La misma que, dicho sea de paso, bien podríamos postular para un “copia-pega” sobre nuestro confuso y desordenado tiempo por si –sea o no en la estación de los villancicos–, encontramos la excusa perfecta para salir de nuestra trinchera, ocupar la tierra de nadie y alternar con el enemigo de turno: rival deportivo, vecino, cuñado o suegra, según el caso.

Luego de una breve parada por la duermevela de un técnico de soporte de incidencias en pleno ataque de sopor, describí el sufrimiento de un desgraciado ocupándose de sus heridas. El siguiente relato fue pergeñado una madrugada febril y sudorosa, en la que un acceso de locura me hizo pensar en aquel ingenioso hidalgo. Atinado o no, quise dedicarle un cuento al pequeño Julen –hay desgracias que ocurren una vez entre un millón; maldita sea la estadística–.  

Habité mansiones con espíritus recalcitrantes, conté lo despiadada que puede llegar a ser la competición en el mundo laboral; lo que me llevó a mentar, no sin cierta sorna, uno de los lugares comunes favoritos de los gurús del liderazgo. Sin solución de continuidad recordé un clásico de Stephen King remasterizado sobre las fechorías de una mala madre, lo que me granjeó –por cierto– la más cerril de las censuras por parte de una afamada red social. Veto que, dicho sea de paso, se mantiene a fecha de hoy. El ciberespacio puede ser un lugar inquietante.  

Dediqué unas líneas a recordar a los que nos faltan –la vida, otra vez–; pinté siniestras travesuras en tiempos oscuros, acompañé a progenitores implicados en reorientar a sus pequeños hacia la práctica del deporte rey, surqué los cielos colgado de inventos propios del profesor Bacterio, me acordé de los niños cuya fantasía los aúpa para volar desde las habitaciones de un hospital e hice un guiño a quienes, tal vez sin saberlo, impulsan las revoluciones más necesarias: las interiores.

Me colé en los planes de un sabio loco obsesionado en crear vida a partir de piezas inconexas y otorgar insospechados usos a impresoras 3D. Una de mis cada vez más frecuentes incursiones en el idioma de Shakespeare me llevó a descubrir los misterios que atesoran los incunables: ¡qué sorpresas dan los libros! Me colé por una abertura en el tiempo para describir usos y costumbres de los salones literarios de la mano de afamadas Salonnières; presencié pactos de sangre, en los que se sellan romances y afirman lealtades. Me asombré de los secretos que ocultan las fotografías más casuales y asistí a las tribulaciones de un niño que busca un nombre para la hermana que ¿vendrá?

David sorprendió a propios y extraños con su ingenio para pensar pájaros soñadores; me envolví en la brisa de la libertad, saboreamos vivencias en la mejor de las compañías, acompañé a escritores lunáticos que se tomaban demasiado en serio sus libros, recordé largos veranos de sol y playa, avisté onerosos visitantes espaciales, acompañé a los últimos de nuestra especie en su deambular por futuros distópicos y validé –entre risas traviesas– la vieja teoría de la tostada y la mermelada. Después espié a galenos ocupados en aislar almas; a través de las miradas recordé la belleza oculta entre las piedras del camino. Más aún: relaté los esfuerzos de un viejo exorcista sacrificándose en una noche fría y oscura. Me sumé a la teoría de la conspiración de la mano de un convicto sentenciado a muerte, imaginé un final a la altura de la mejor novela negra, concebí una historia tamizada por la ausencia y el paso del tiempo, y acompañé a una joven protegida por símbolos celtas en su caminar por un decadente París.

Embarqué en primera en el vuelo de un sicario por las fronteras de su desvencijado mundo en lo que –por cierto– sigue siendo lo más parecido a una novela corta que jamás he escrito. Decidí partir el relato original en seis capítulos que recogen la historia de principio a fin, y así fue publicado en el blog.

Recordé a compatriotas que intentaron penetrar líneas enemigas en épicos desembarcos, me puse en la piel de incautos turistas que se pasaron de listos; acompañé a una madre y a un hijo que luchaban por ponerse a salvo de los envites de la vida. Reivindiqué el papel de los libros como escudo, bastión y atalaya; tuve tiempo de afilar el lápiz para pergeñar respuestas ocurrentes frente a preguntas incómodas y llegué a interpretar el mundo como una sucesión interminable de olores de la mano de un solitario dogo alemán.   

Me puse en el lugar de un hermano confundido por lo exótico del nombre de su hermana; espié, cual vulgar voyeur, los juegos eróticos de una apasionada pareja sobre las blancas arenas de playas paradisíacas y lancé mi propia reflexión sobre el futuro de la profesión de político.

Siguió un relato breve, opresivo y algo terrorífico sobre mis roedores favoritos; continué con un micro acerca de los usos prácticos de esos reptiles que, algunos, han adoptado como mascotas.  Reapareció David con dos cuentos deliciosos: el del bueno de Pablito aguantando las fechorías de sus hermanos, y uno con planteamiento manga, acerca de combates estelares con… ¡peonzas!

Volví con un relato algo más largo, de corte científico y distópico, sobre un tema que da mucho de sí: el binomio cerebro y memoria. Ya en las postrimerías del año –y sin alejarme demasiado de la temática del anterior–, reparé en los impulsos que, no pocas veces, nos llevan a situaciones límite. Dibujé un futuro alternativo donde, a pesar de disponer de opciones tecnológicas para apaciguar el cambio climático, siguen los mismos conflictos –acaso agudizados por la necesidad– entre las personas. Por último, y no por ello menos importante, volví a un micro de estilo sobrenatural acerca de las auras, para no perder las buenas costumbres.

¡Casi he perdido la cuenta de las entradas que salen! Con todo, a mí me han parecido pocas; hay más en el “horno”, en estado borrador o casi definitivo, esperando su momento.

Aunque este año no ha habido premios –que son auténticos espaldarazos para quien escribe–, sí que ha habido colaboraciones. Desde mayo participo en el universo de MasticadoresdeLetras, dándole una nueva dimensión a la colaboración con un grupo de escritores y editores muy dinámico, participando en el taller de escritura, aprendiendo y leyendo mucho. Mayte Blasco me brindó la ocasión de tomar parte en su homenaje al Día de las Escritoras. Recientemente, con los Masticadores –Juan Re Crivello a la cabeza– estoy probando suerte en el mundo de la edición con Gobblers, canal de Masticadores en inglés. Aprovecho para soltar la cuña: estamos justos de escritores en el susodicho idioma así que, ¡anímense! En esta línea, mis últimas entradas han sido para presentar algunas traducciones –adaptaciones, más bien– de escritos originalmente concebidos en español y a los que he querido dar una segunda vida.

Bueno: voy abreviando que, además de ser gerundio perifrástico, ya va siendo hora.

Me despido; muy honrado por su tiempo, que imagino escaso. Agradezco sus lecturas y comentarios. ¡Que siga la función!

Les deseo un feliz 2020.

(*) Esta entrada enlaza con los escritos publicados a lo largo del año.

FIN

12 comentarios en “Tiempo de recuento (crónica del año que se va)

  1. ¡¡Qué buena entrada, Jorge, recopilando todos tus escritos de 2019!! Creo que he leído una gran parte de ellos. Otros se me han escapado… Me pasaré cuando tenga algún rato. Gracias por citar mi proyecto colaborativo de El Día de las Escritoras. Fue un placer contar contigo. Tenía idea de redactar un post similar al tuyo (yo también hice uno sobre el 2018), pero no sé si me dará tiempo. Te deseo un estupendo 2020 lleno de felicidad y éxitos literarios. Un fuerte abrazo

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    • ¡Muchísimas gracias, Mayte! Un placer que te pases. Ya sabes que esta es tu casa, ¡bienvenida siempre!. Lo de la entrada-resumen me pareció buena manera de poner en valor lo escrito…Yo también te deseo un 2020 pleno de felicidad y éxito. Encontraremos la manera de seguir colaborando…¡Un abrazo!

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