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La propia de los buenos espantapájaros es pasarse los días ahuyentando pajarracos. Pero el mío parloteaba con ellos y les ofrecía grano. Qué decir de la actitud del resto de animales: las vacas dejaron de dar leche –me miraban displicentes cuando las tomaba de las ubres–, en el gallinero solo se escuchaban las soflamas del gallo alentando la disidencia. No hay rastro de las yeguas y mi labrador se ha declarado en rebeldía.
Mi sospecha sobre los cerdos resultó cierta. Acudí a cantarles las cuarenta y, los muy malditos, me tendieron una trampa. Ahora cuento los días atrapado en esta húmeda y maloliente pocilga.
FIN
microfábula casi orweliana….como siempre excelente. El microrrelato no es fácil, al menos para mí
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¡Muchas gracias, Ana! Me alegro de que te haya gustado. Cuando tengo poco tiempo, intento concentrarme en escribir micros para mantener el «lápiz» afilado…¡Un fuerte abrazo!
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O como una surrealista historia puede convertirse en realidad. Ama Ing.
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¡Muchas gracias! Así es. Granjas llenas de animales que conspiran, y granjeros que viven en la inopia…¡Besos!
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👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
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¡Muchas gracias, Quinny! ¡Un abrazo!
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Una granja muy peculiar. Me encanta esa capacidad para escuchar a los animales. Me pregunto muchas veces ¿que dirán de nosotros? La fotografía, genial! También hecha por un Aldegunde.
Un abrazote Jorge
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¡Muchas gracias, Awilda! Es un micro con sorna…Donde dice granja bien puede ser otra cosa…Me alegro de que te haya gustado. En cuanto al fotógrafo: se trata de mi tío Jose Ovidio, el artista de la familia. ¡Abrazo fuerte!
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¡Jajaja muy bueno!
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¡Muchas gracias, Francisco! Me alegro de que te haya gustado. Espero que todo esté bien por tu lado; te mando un fuerte abrazo.
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¡Gracias, otro de vuelta!
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