Capítulo 1. Nos dé Dios
La primera sorpresa vino en forma de hedor: el que le zapateó la pituitaria al abrir el maletero del viejo Ford. Dicen que al olor a muerto uno se acostumbra a partir de la décima vez; él llevaba más de cincuenta –debía de ser la excepción que confirma la regla–.
Mientras sostenía la violenta arcada, apartó despacio la manta –tal vez esperando un milagro, como cuando desaparece el conejito–. Pero no. Allí estaba el cadáver de aquel tipo. Tan conspicuo como la noche anterior, recordatorio puntual de que aún tenía deberes. Fue la sensación de angustia en la boca del estómago lo que terminó de espabilarlo.
Le sorprendió el batir de una puerta en el garaje, justo detrás. Cerró el portón como si fuera un resorte y trató de recomponerse. Por el rabillo del ojo vio que se trataba del vecino del tercero, a la…
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Me parece espléndido !!!!
Un abrazo
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¡Un beso!
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