La alegría en el tejado


Madrid, calle Serrano. Tarde de julio: calor, COVID y siroco; apenas un sorbo de nueva normalidad. Las lustrosas aceras empiezan a tener el ritmo de antaño. Hay vida alrededor, se nota en la manera de caminar de los transeúntes –algo apresurada, a pesar de la indolencia del verano–. He caído por estos lares para cumplir unos recados. Tengo la mirada algo errática, distraída; el verbo camuflado.

Lo primero que me llama la atención son sus zapatos: tacón de aguja, una fina banda plástica verde cartuja rodea un empeine estilizado, elegante. También hay una oscura tira de cuero que abraza los dedos, a modo de filigrana. El fondo es de cuero, estampado de cebra. Camina a las dos en punto con paso ligero, impersonal. Se mantiene –me mantengo– a una distancia prudencial. O casi. Mis ojos recorren, casi sin querer, la amplitud de sus piernas –largas y estilizadas–, cuyo kilómetro cero se hunde en el horizonte de un vestido corto, veraniego, color capuchino.

Por un momento se detiene, y me pongo a su par. Lleva una mascarilla de tela, a juego con el vestido, justo por debajo de unos ojos oscuros y tristes. Mi sexto sentido –imposible girar el cuello hasta ese extremo sin entrenar– me dice que está llorando. Algo me ayuda, también, entrever unos surcos húmedos en los bordes de su embozo. Se aparta el pelo –negro, lacio, larguísimo–. La belleza del momento dura todavía un poco más, justo hasta que ella da un mal paso. El traspiés es casi imperceptible, pero suficiente para dejarse una tapa en el camino. Chasquea la lengua, contrariada. Entonces se detiene por un instante. Sin prisa, se quita el zapato. Lo observa, con cara de circunstancias. Yo casi me tengo que frenar, incómodo, para poder seguir la escena sin perder ripio. Sigue un segundo más pensativa hasta que, por fin, algo se libera en su rostro. Parece sonreír, o eso me dicen sus ojos. Resuelta, se quita el otro zapato. Paradojas de la vida, ambos remedan ser los mejores complementos de sus manos. Y continúa, descalza, con su erguido caminar como si –sin un peso invisible encima– se elevase un par de metros sobre el suelo.

Tengo tiempo de ver cómo alza la mirada. Yo hago lo mismo, y me parece ver el reflejo de su nueva alegría bailar por los tejados.

FIN

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7 comentarios en “La alegría en el tejado

  1. Sé que he visto ese zapato y ese empeine… y sé que veremos pronto esa alegría en los tejados. Gracias por traérnosla adelantada de un modo tan magnifico. Feliz día.

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  2. Pingback: Faltan muchos | Blog de Aldegunde

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