Qué gusto da verlo todo recogido. El anterior ocupante era un desastre, y tuve que sacar todo el repertorio. El muy descarado daba fiestas interminables que, a poco, se convertían en bacanales. La última noche, mientras aquella muchacha lo montaba a horcajadas y se entregaban al placer, la invadí. Retorcí el gesto de su rostro hasta convertirlo en una mueca grotesca y apreté el cuello del joven.
Fue suficiente: al día siguiente se mudaba, dejando todo atrás. Así que me afané en devolver a esta vieja casa el orden que merece. Como cuando el inmenso hogar, que ya solo alberga ceniza, todavía calentaba mis huesos.
FIN
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