
Se escucha ese “pi” infinito, tan irracional y estruendoso, otra vez. No sé quién sería el lumbreras que la programó, pero esta vez no me moveré; que lo haga otro: siempre soy yo el que acude a la garita de la comunidad de vecinos darle un botonazo a la puñetera centralita, de madrugada. Me pongo mis cascos –cancelación de ruido electrónica, una maravilla– y a contar ovejitas.
***
Me despierto; no sé cuánto tiempo habrá pasado. Hace un calor inusual y huele a chamusquina en el recibidor. Nervioso, abro la puerta de mi apartamento, a tiempo de ver cómo una enorme lengua de fuego engulle el rellano.
FIN
Versión moderna del cuento Que viene el lobo, espero que pudiera escapar de las llamas. Es verdad que nos estamos acostumbrando mal a tanto pitó y tanta falsa alarma.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Así es! Parece que ignoramos muchas señales… Abrazo fuerte; gracias por pasar, leer y comentar.
Me gustaMe gusta
¡Qué bueno, Jorge! La pesadilla de cualquiera con trastorno obsesivo-compulsivo.
Sencillo en apariencia, pero encierra su miga.
Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gracias, Andoni! Tenemos una alarma en nuestro entorno que nos genera falsos positivos. Por ahora, claro. La idea de confiarnos demasiado siempre me ha rondado por la cabeza. Abrazos.
Me gustaMe gusta