Mientras chirrían tus arrugadas costuras de bronce, señalas un punto fijo del oscuro texto. En él descansa un sabio consejo que pocos atenderán.
Bulle el lugar, ahíto de transeúntes, aunque ninguno parece apreciar la belleza de la fachada plateresca que te abriga de un atrevido y picante sol de primavera. Hay un individuo trajeado que camina con la vista al frente y aire ausente. Un grupo de adolescentes trasiegan, indolentes, cucuruchos de helado. El resto –una densa marea humana– se mueven como autómatas, esquivándose unos a otros en el último momento, absortos en dispositivos de pantallas resplandecientes.
Solo las estatuas leen en el viejo Madrid.
FIN
Planteas una inquietante realidad: las estatuas están más vivas que los transeúntes. ¿Hasta dónde hemos llegado? ¿Hasta dónde llegará la alineación social? Cuestiones que despertó en mi cabeza este estupendo microrrelato. Enhorabuena, Jorge.
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¡Muchas gracias, Javier, por leerme! Me alegro de que te haya gustado el relato. Las estatuas dan para mucho… Y sí: algunas están muy vivas. ¡Abrazo fuerte!
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