
Esas alas de plástico servían para volar, y se lo demostraría a todos. Cogió carrerilla, se concentró y respiró hondo. Apuró el salto, mientras recordaba fugazmente sus anteriores inventos: mil y una formas de equivocarse. Hasta hoy.
Empero, algo iba mal: caía; se acercaba a ellos demasiado aprisa. Los intuía disfrutar de su fracaso, doblando la apuesta por que se partiera la crisma. Solo en el último momento comenzó a planear. Torcieron el gesto, ojipláticos, mientras él ganaba altura.
Atrás quedaba la gris ciudad; se adentraba en el mar. Su diseño, razonó, no había considerado el aterrizaje. Tampoco es que hiciera falta.