
Nos comimos a unos cuantos vecinos para no defraudar a nuestros líderes. Los caídos eran individuos apocados y débiles que, a la postre, habían sucumbido al hambre, la privación y al rigor de nuestra disciplina. Recogimos sus cuerpos desmembrados y dimos cuenta de ellos.
El nuevo orden había devenido en una jerarquía férrea; debíamos mostrar nuestra obediencia al espíritu colectivo y una estricta observancia de las reglas.
Tras una jornada agotadora, me disponía a recobrar fuerzas en el asentamiento. Un extraño olor atrajo mi atención. Decidí indagar al margen del grupo. Un individuo hosco y mal encarado –un forastero– me retó; no había otra opción: lucharíamos a muerte.
FIN