
Le agradezco con otra sonrisa su mentira piadosa, mientras me acomodo en la camilla. Se acerca y me examina las pupilas con una luz intensa. Luego me pregunta sobre la primera vez que me ocurrió. Cierro los ojos y hago memoria. El doctor se acerca y posa una mano sobre mi hombro.
Entonces noto ese aliento fétido y malsano. Sus dedos han devenido afiladas garras que, al poco, comienzan a apretar. Así que agarro un bolígrafo de la mesa y lo clavo mil veces sobre su monstruoso apéndice.
Poco después vuelve a ser un simple médico, confundido y ensangrentado. Pero yo sé que seguirá acechando, oculto bajo cualquier rostro.
FIN