Una historia sobre lo oscuros que son, a veces, los reflejos que nos devuelve el cristal.
MasticadoresArchipiélago Editora: Felicitas Rebaque

–Va a ser difícil hacerle cantar.
–Yo creo que no. El tipo casi no se tiene en pie. Desde que le pusimos las manos encima es puro nervio. Está asustado.
–Tiene miedo de lo que le puede caer. Y por eso mentirá; venderá a su madre si hace falta.
Contemplaron a un hombre pelirrojo, pecoso, que con ademán nervioso escrutaba todos los ángulos del falso espejo. Tenía las manos extendidas sobre la mesa, asiendo sus extremos, como si temiese que el suelo bajo su silla fallase y lo engullera. Por lo demás, remedaba el lugar común habitual: un sospechoso en soledad durante el tiempo suficiente para que perdiese su noción, luz cenital proyectada sobre la estancia –intensa únicamente en el centro y con claroscuros hacia los vértices–, que quedaban en una relativa penumbra. Una suerte de ambientación que hacía pensar que los gestos del interrogado serían sólo suyos. Nada más…
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