Helado de menta y chocolate by Jorge Aldegunde

MasticadoresArchipiélago Editora: Felicitas Rebaque

Fue la última en llegar. Llamó al timbre del ático de Alfonso, mientras terminaba de escribir un par de mensajes en su teléfono. Siempre con la lengua fuera, pensó. Miró de refilón su móvil mientras lo metía en el bolso. La canguro parecía muy joven, pero le habían dado muy buenas referencias de ella. Era la enésima vez que Santi le fallaba para cuidar de Martín y había tenido que encontrar la cuadratura del círculo para llegar a tiempo a la cena.

-¡Hombre Nati! Empezábamos a echarte de menos –la sorprendió un sonriente Fon–. Pasa…Están todos en la terraza arreglando el mundo. Eso sí: con una copa de vino blanco para hacer más llevadero el trago.

Fon era el tipo con la mayor capacidad de sacar temas que conocía. Y de todos ellos sabía lo suficiente como para no quedar de pardillo, abrir juego y luego hacer mutis por el…

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El Final by Jorge Aldegunde

MasticadoresArchipiélago Editora: Felicitas Rebaque

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Están nerviosos en la editorial. Me ha llamado Gabriela, así que la cosa debe ir en serio. No me extraña: yo también lo estaría en su lugar. En los últimos tiempos, más que mi faceta de escritor ha sido la de actor la que ha dado la cara por mí: he inventado y teatralizado mil excusas para ganar tiempo. Me he pulido hasta el último euro de mis ahorros y tres adelantos en fastos y no he entregado ni un puñetero borrador. Sobre este último, aclaro: ni está ni se le espera. 

¿Y qué si estoy acabado? Al menos he saboreado las mieles del éxito. Todo gracias a la vida del comisario Gutiérrez, un poli procaz, chúcaro y mundano. Una especie de héroe de barrio venido a más. Quién iba a pensar que fuese a conectar con tantos lectores. Me ha dado para dos novelas completas, que se han vendido…

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Penance by Jorge Aldegunde

Gobblers & Masticadores

Picture taken from Pinterest

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I did confess to father what I’d been up to. I dwelt upon sordid details in an attempt at whitewashing my flexible conscience. I was having a busy time, truth be told: only last week I had been in charge of three executions –two assignments and an abduction that unfortunately got out of hand–. Worst of all was getting rid of the bodies. I would not seem to get used to that glassy and empty look of the dead.

Good thing is I know I can count on his silence. At the end of the day, our priest knows best all the dark corners of my sinner’s soul. He’s granted me absolution in return of reciting a hundred Hail Marys, fifty Creeds and some twenty Pater Nosters. Small print though included an additional errand: I should help some wayward parishioner come to terms with the…

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