
Antes de ver lo que Arturito, el repetidor, llevaba en su caja de compases, Guille ocultó su mochila. No había cerrado la cremallera del todo, para que respirase.
Luego de ver que tan solo albergaba lombrices de tierra medio muertas, se envalentonó.
–Os voy a enseñar mi mascota –dijo–. Es rarísima; cambia de color cada instante.
Pero la bolsa estaba vacía. Los demás se burlaron, crueles. Sonó la campana y se sentaron.
Al fijarse, descubrió un rastro húmedo que moría en el pupitre de Sandra, la niña de ojos verdes. Se le cayó el lápiz cuando, al girarse ella, descubrió una sonrisa torva y una mirada que tornaba negra como la noche.
FIN