Nuestros hijos de puta

Es curioso cómo funciona la nostalgia del pasado. Lo fácil que resulta mirar hacia atrás, visualizar tiempos mejores para sustraernos brevemente de la realidad y asimilarla mejor; como esa píldora que os dan.

Quizá también les pase a ellos, Capitanes de la Santísima Ambivalencia –una vela a Dios y otra al Diablo–. Capaces de moverse en aguas procelosas, apurando la ceñida. Conscientes de que, para convencer de una cosa y la contraria, tan sólo hace falta tiempo, tragaderas y una mínima dosis de decoro. Claro que todo es más fácil cuando los enanitos te montan el jardín y te dan barra libre de cupo. En otro tiempo no demasiado lejano, yo era parte de aquel circo: uno de aquellos habitantes del edén que moldeaban con sacrosantas manos – flashback de mapas de una Euskal Herria unificada a rebosar de Hegoaldes e Iparraldes; manifestaciones y contramanifestaciones donde, en un alarde de contorsionismo, tus compis de futbito se cuadraban frente a ti con su pose más ensayada de Harry el sucio para aclarar, pancarta en mano, quién era el fascista-terrorista. Pero recuerdos son, y la mente tiene su química. Más aun cuando se trata de infancia y juventud: la psicología primará lo bueno, y convertirá lo malo en hechos perdonables, pecata minuta. La condición humana acudiendo veloz al rescate de la humana condición.

Pero recuperemos el hilo, sin que los árboles nos quiten de ver su vergel. Ahora frecuentan un tiempo en el que deben aprender a navegar en mares más anchos. Arrinconados ya los idealistas del tiro en la nuca –consumidos por el paso del tiempo y sin relevo generacional– les toca vivir una realidad entre líneas. Por aquello de matar moscas con el rabo, llevan un tiempo regando el huerto con agua oxigenada y amnésica. Ayudando en la construcción del relato, como si fuera una nueva temporada de Cuéntame. No sin la inestimable ayuda de los sospechosos habituales: nueva política enzarzada en viejos problemas, viejos políticos en plan alquimista –buscando la piedra filosofal que convierta crematística en ética– y clones territoriales. Y ahí siguen, jaleados por su propio e innegable éxito. Cada vez más autoconvencidos de que las contradicciones no son amargas –un irrisorio precio a pagar por irse con las manos llenas, con las que seguir poniendo velas a Lucifer–, transmutados pasamontañas y tridente en acta de diputado. Tudo bem, mientras nos paguen las fantas.

Nos atropellan los titulares; se suceden las noticias sin apenas tiempo a digerirlas. Verbigracia: en su penúltimo devaneo con la delicada cuestión de los principios, por mor de los Presupuestos Generales del Estado, nos deleitaron con un ejercicio de funambulismo dialéctico: que donde dijeron digo, querían decir Aitor. Así que, tras minúsculo rubor y contenido frenesí, dieron cuenta del más grande bien, y trincaron al que nace en las Indias honrado. De postre, hubo concesión a la lírica y al discurso 4.0: en realidad, sostienen, se tragaron el sapo por el bien de nuestros mayores. Hoy los pensionistas; mañana el mundo. Y poco más, porque la actualidad ya ha movido la aguja, a golpe de sentencia, y desatado tempestades sobre naves más agitadas. Sic transit.

No me queda duda de que se adaptarán al nuevo entorno: son listos y de escrúpulo ajustable. Y siempre les quedarán Avemarías para sus mil contradicciones. Sólo me queda pensar que, ellos también, sientan la punzada de la nostalgia. De la Arcadia Feliz. De los tiempos donde la pinza se hacía desde dentro. De aquel entonces donde el bosque se agitaba y, pletórico de árboles, caían las nueces. Y resulta paradójico porque, en realidad, no hay cliché más español: al fin y al cabo, para hijos de puta, los nuestros.

FIN

3 comentarios en “Nuestros hijos de puta

  1. Exacto amigo. Todos los grandes ideales que pretenden vendernos, se sustentan en dos sólidos pilares: Poder y Pasta. Y a los comunes, sólo nos queda otra P: Paciencia. Un saludo.

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    • Es como una buena continuación de Patria, consiguiendo en una sola página reflejar ese sentimiento que los que estuvimos allí recordamos….
      Además es como fue, aunque efectivamente el tiempo anestesia.
      Gran relato corto, que creo que el que lo escribe así, tiene el conocimiento de aquella realidad que no deberíamos olvidar, y dejarla para que los mal intencionados la cambien al paso de los años…, como todo lo demás.
      Enhorabuena blogger, imposible mejor en menos espacio. Muy bueno.

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