Capítulo V. Horizontes
Ocho puntos de sutura y una línea blanca surcando el cuero cabelludo. Y un vendaje por envoltorio. Ese sería el balance de los daños. En cuanto al partido, para nosotros fue una victoria de justicia poética; de sangre, sudor y lágrimas. Para ellos, un robo y la imposibilidad de seguir disputando la suerte de los penaltis. Supongo que se resolvió como las elecciones: todos ganan, nadie pierde.
La misma tarde –un tibio sol despuntaba entre las nubes en medio de un ambiente ventoso–acompañé a los chavales a las calas. Ellos se bañarían; yo me limitaría a observarlos, por prescripción médica. Aparentemente, y salvo la brecha, el cráneo seguía en su sitio. Me dolía la cabeza, eso sí, y me encontraba algo somnoliento. A pesar del golpe y las magulladuras –o tal vez por ellas– me sentía feliz.
Todavía seguían a vueltas con el partido: comentaban las jugadas, la lluvia, los goles. En el relato de la parada se quedaban callados, y me miraban.
–Tes a cabeza dura –reveló Pedro.
–Dabondo –apostilló Rubén.
–Pues duele de cojones –apunté yo para rebajar la épica.
Antes de ir a la playa de La Cruz decidieron tirarse de cabeza al canal, una lengua de agua angosta, encerrada entre rocas graníticas. Ellos la atacaban desde una altura de unos cuatro metros. Ajustaban el salto para caer en el centro, en la parte más profunda. Donde el azul del agua era más oscuro. Hasta la fecha, yo no había reunido el coraje suficiente para lanzarme.
–Me quiero tirar –dije.
–Vaya día elegiste, neno –terció Juan, que me miraba como si el golpe, en verdad, hubiera aflojado no pocos tornillos.
Se pusieron en fila india, siguiendo el angosto camino que llevaba al claro desde el que saltarían. Pedro saltó de cabeza; apenas chapoteó, y dejó tras de sí un conjunto de ondas concéntricas que, perezosas, se alejaban. Elías se tiró de pie, soltando un alarido que se oiría por la Torre de Hércules. Rubén –que tenía vértigo– hizo acopio de valor y saltó a la bomba. Quedábamos Juan y yo.
–Lo voy a intentar –le dije.
Él pareció dudar. Miraba el vendaje y se imaginaba el desaguisado que habría debajo.
–Te echarás todo eso a perder. Y los puntos…
Me acerqué la borde. Y miré. Volví a cerrar los ojos, a querer volar. Solo tenía que calcular el salto, como había hecho antes. Pensé en las posibilidades de romperse la crisma dos veces en un día. Me preparé para brincar. Algo ocurrió entonces: comencé a marearme, como si una noria de atracción de feria me abdujese y, cruel, se dedicara a bailarme el suelo. Sentí que me caía redondo, sin tener muy claro dónde.
Entonces, Juan me agarró.
–¿Por qué no lo dejas para otro día? Ya tuviste bastante por hoy. Descansa.
Di un paso atrás. En lontananza, hacia el oeste, quedaban todavía restos de las nubes que, por la mañana, nos habían acompañado en el partido. El sol comenzaba a mezclarse entre ellas, anunciando, como cada día, que se ocultaría en no pocas horas. Entonces reparé en la frontera entre el cielo y el mar: a lo lejos, se dibujaba un horizonte difuso, oscuro y magnético. Una suerte de fina línea inalcanzable, a cuyos lados se dibujaban realidades, como reflejos de un espejo. El tiempo, por fin, parecía detenido.
Tan solo duró un breve instante.
–Dime una cosa, neno. ¿Estabas dentro o fuera? Es que… no llegué a verlo. Luego se montó el lío y no hubo tiempo para más.
Juan pareció incómodo por preguntar. Como si la duda fuera pecado, una ofensa.
Yo lo miré, tranquilo. Chasqueé la lengua, en un gesto insólito para mí, y me llevé la mano a mi dolorida cabeza.
–No te sabría decir. Lo mismo estaba sobre la línea –apunté.
Juan asintió. Luego me dio la espalda, cogió carrerilla y se lanzó.
Yo me senté sobre el camino. Sol y nubes danzaban a lo lejos, en su colorido batallar por quién despuntaba al final del día. Las líneas de mi mano quedaban oscurecidas por una sombra granate, onerosa. El vestigio de un olor metálico me recordó que los puntos estaban todavía frescos.
FIN
El gol como el relato era gallego, ni dentro ni fuera según la narración…. EN LA LINEA.
Simplemente genial, y a mi también me recuerda tiempos…..Muy fresco amigo mío
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¡Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado. Yo creo que fue una buena parada. Una de esas por las que vale la pena mover la portería. ¡Un beso!
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Puff, pensaba que iba a saltar después de todo y me he puesto nervioso; muy bien contado.
Abrazos
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Casi salta, sí. Otra decisión que quedó «sobre la línea». Muchas gracias por leer; me alegro de que te haya gustado. Un fuerte abrazo.
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Muy buena historia de principio a fin, Jorge. Gracias por compartirla.
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Gracias a ti, siempre, por leer. Un fuerte abrazo para ti.
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Me encanta el final de la historia. Me recuerda a mi adolescencia en Galicia (aunque yo no jugaba al fútbol). Describes muy bien la atmósfera de esa tierra, que solo sentimos los que hemos pasado mucho tiempo en ella. Respecto a la historia futbolística, me ha recordado un poco a unos libros que estoy leyendo ahora con mi hijo, «Los futbolísimos», quizá los conozcas. Mi hijo se parte de risa con ellos. Un abrazo, Jorge.
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Buenos días, Mayte. Muchas gracias por pasarte, leer y comentar. Escribir historias con Galicia de fondo es como un acto de nostalgia y evasión. Yo solo viví de niño, aunque siempre o casi siempre he pasado los veranos allí. Conozco «Los futbolísimos», sí. Tenemos algún libro en casa. Mi hijo mayor se enganchó a los libros de David Walliams y ahora hemos empezado con libros de aventuras con ediciones adaptadas de Julio Verne. ¡A ver qué tal! Un abrazo para ti, cuídate mucho.
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Lo importante es que lean. Mi hijo tiene seis años y está enganchándose a la lectura de una manera sorprendente, lo cual me hace muy feliz, la verdad. Un beso.
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Me engancho mucho el relato. Muy bueno!
Éxitos. Un saludo, Maria
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¡Muchas gracias por tu comentario y atención! Me alegro de que te haya gustado. Gracias por leerme. Un fuerte abrazo.
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